Retratos de un tiempo distendido
El fotógrafo en el esplendor de la gloria. Príncipes, estrellas de cine, magnates industriales... la jet set internacional de la posguerra europea mostraba su rostro más fotogénico en la Riviera francesa. Una gran suerte que ahí estuviera Edward Quinn, siempre al pie del cañón, para perpetuar esta época con su cámara.
En Europa, a principios de los años cincuenta, aún pende la sombra de la guerra, pero la gente ya mira al futuro con más confianza. Empieza la fase de recuperación con la perspectiva de una vida mejor, y nadie como los famosos para encarnar estos prometedores tiempos: estrellas y directores de cine, cantantes, artistas, aristócratas y magnates. El público sigue con fascinación sus vidas, sueña con sus rutilantes galas, su elegante vestuario y sus estilizados automóviles. Los ricos y famosos ya han encontrado su sitio: la Costa Azul. Entre Cannes, Nizza y Mónaco pululan más celebridades que en cualquier otro lugar de Europa. Con su clima suave, playas de arena blanca, distinguidos hoteles y su principado, esta costa parece que ni pintada para disfrutar de una vida de lujo.
De la cabina del bombardero a la Costa Azul
El hecho de que estos años de glamour sigan todavía presentes en nuestra memoria se debe en gran parte al trabajo del fotógrafo Edward Quinn. Irlandés de nacimiento, al finalizar la guerra trabajó primero de radiotelegrafista aeronáutico. Durante el puente aéreo de Berlín estuvo a bordo de los rosinenbomber que abastecían de comida a la ciudad. En 1949 se trasladó a Mónaco, donde vivía su futura esposa Gret. Allí intentó primero ganarse la vida como guitarrista bajo el extraño nombre artístico de Eddie Quinero hasta que por casualidad cayó una cámara en sus manos. Quinn descubrió su talento para la fotografía, transformó la cocina de un amigo en un laboratorio de revelado y empezó a vender sus primeras fotografías a revistas y agencias. No tardó en dirigir su objetivo a las numerosas estrellas y millonarios locales, a acudir a estrenos y galas y a ganarse a los empleados del aeropuerto para que le revelaran la hora de llegada de Alfred Hitchcock o Kirk Douglas.
Nadie se resistía a la cámara de este larguirucho con bigote: grandes estrellas cinematográficas como Grace Kelly –que como princesa Gracia Patricia pronto se convertiría en algo así como la reina de la Costa Azul–, Gary Cooper, Cary Grant o Peter Ustinov, pero también actrices entonces todavía poco conocidas como Audrey Hepburn y Brigitte Bardot, bon vivants como Giovanni Agnelli y Gunter Sachs o artistas como Pablo Picasso, con quien Quinn cultivaría una amistad durante décadas. Gracias a su discreto encanto y a un excelente sentido para la composición fotográfica así como para captar el momento, lograba unos retratos que transmitían una intimidad y una fuerza expresiva difíciles de encontrar en las instantáneas de los paparazzi de hoy en día. Quinn se codeaba con las estrellas y las mostraba como ellas querían ser vistas y como el resto del mundo las quería ver: bellas, elegantes, alegres y disfrutando del momento.
Naturalmente, en este ambiente los automóviles rápidos y de lujo constituían un atributo imprescindible para la jet set. Por el Paseo de la Croisette y el Paseo de los Ingleses se deslizaban enormes limusinas Hispano-Suiza y Rolls-Royce, relucientes y descomunales coches americanos cromados y pequeños deportivos italianos que ejercían una atracción irresistible sobre muchas estrellas. Los primeros
Disfrutar despreocupadamente los frutos del éxito
Las fotografías que Edward Quinn hizo de las estrellas y deportivos no tienen un valor meramente nostálgico. Su sobrino Wolfgang Frei dirige en Suiza el Archivo Quinn, que cuenta con más de 150.000 fotos tomadas entre los años cincuenta y setenta. Con frecuencia acuden a él coleccionistas, casas de subastas y restauradores a preguntar por fotografías de determinados famosos en sus coches. Y es que algunos de los deportivos clásicos en los que Alain Delon o Roger Vadim recorrieron veloces la línea costera de la Costa Azul podrían reportar a sus actuales propietarios cifras millonarias… siempre y cuando respondan hasta en el más mínimo detalle al estado documentado en las fotos históricas. ¿Pero qué es lo que resulta tan fascinante de este mundo tan artísticamente plasmado por Edward Quinn con su cámara? Quizás sea la imagen de una época más inocente y despreocupada. En aquel entonces hasta las estrellas más famosas posaban risueñas y divertidas, disfrutaban alegremente de sus fiestas y saboreaban su éxito de una forma impensable en el mediático mundo actual, rigurosamente fijado y regido por los agentes de prensa, guardaespaldas y asesores de imagen. Naturalmente, los retratos de Quinn también están puestos en escena y no son instantáneas casuales, pero, si se miran con atención, en muchos rostros se puede descubrir en un guiño o un ladeo de la cabeza una cordial invitación a celebrar la vida y la disposición a compartir con el mundo un momento especial, desterrando definitivamente las sombras del pasado con el resplandor de la fama.
Texto Jan Baedeker
Fotografía Edward Quinn
Galería.
Fotografía Edward Quinn, © edwardquinn.com