La mini-manufactura
Pensados para niños, construidos para adultos: Bernd Pennewitz elabora réplicas de
Hay una vieja máxima entre periodistas que afirma que los niños y los animales funcionan bien siempre. Y es que prácticamente nadie puede resistirse al encanto de un bebé o a la fiel mirada de un perro. Si a ello le añadimos un deportivo, pongamos, por ejemplo, un
A los chicos les atrae la técnica y juegan con coches, mientras que las niñas siguen impulsos sociales y dan de comer a sus muñecas. Eso es lo que se dice siempre. Pero las hijas de Pennewitz tiran por tierra un estereotipo de género secular. De pequeñas conducían
En el año 2000, Bernd Pennewitz, que ya de niño fue un entusiasta coleccionista de modelos Wiking, empezó a darle vueltas a la idea de combinar su pasión por los coches en miniatura con la casa de muñecas de la familia. Dos años más tarde, el resultado de sus elucubraciones fue un 550 Spyder plateado (el de James Dean) de 160 centímetros de largo y propulsión eléctrica que reproducía fielmente y detalle a detalle el original. Todo a escala: desde la zaga retirable hasta el contacto de arranque a la derecha del volante, pasando por todos los indicadores. Desde entonces, este diseñador gráfico gerente de una agencia de diseño es toda una leyenda en el mundo del automodelismo especializado en
En realidad, no entraba en sus planes construir más de un Spyder. Pero, animado por la buena acogida que obtuvieron sus prototipos, se decidió a construirlos en serie. Pennewitz montó el taller de manufactura en su propia casa, un caserón de 120 años de antigüedad situado en Lüdersfeld. El único problema era que al departamento de otorgamiento de licencias de
Pennewitz decidió ir a por todas. Para la financiación inicial de su startup vendió su
Lo único que le faltaba al taller unipersonal para poder producir en serie era una red de suministradores, sobre todo cuando desarrolló un segundo modelo, el 356
¿A quién vende Pennewitz estas maravillas sobre ruedas? «El abanico de clientes es sorprendentemente amplio», asegura. Y puntualiza que en este negocio la discreción es fundamental. Algo comprensible sabiendo que los 356 se venden a partir de 10.000 euros. Probablemente, una buena parte de la flota estará ahora en manos de niños americanos o de los países árabes. No obstante, Pennewitz recalca que él no vende los coches como un juguete infantil. En primer lugar, porque sería problemático por razones de responsabilidad legal, pero también porque una gran parte de su clientela son adultos que se han enamorado de alguno de sus pequeños clásicos. «Uno de nuestros primeros clientes fue un hombre que se acercó entusiasmado a nuestro stand de la Techno Classica de Essen y exclamó: ‹Quiero ese coche, ¿dónde hay que firmar?›», recuerda Pennewitz. Otros de los interesados resultaron ser propietarios de 356 que deseaban colocar una copia idéntica en miniatura junto al original.
Hasta la fecha, Pennewitz ha fabricado más de 150 coches, entre ellos ejemplares del también legendario
Texto Frank Giese
Fotografía Ole Spata
Un cohete a 45 km/h
¿Juguetes o vehículos a escala? Con los coches infantiles, los límites son difusos. En cualquier caso, independientemente de su motorización, los pequeños deportivos solo se pueden conducir por terrenos privados. Por razones de seguridad, cuando se comercializan explícitamente como juguetes, la velocidad se restringe a la de una persona a pie, es decir, 8 km/h. En cambio, los