Buscador de tesoros
La pasión de Blue Nelson por la marca comenzó ya el primer día de su vida: sus padres llevaron al recién nacido del hospital a casa en un
Un garaje austero en una calle normal y corriente cerca de Los Ángeles. Blue Nelson abre el capó delantero de un
A pesar del desagradable olor, Nelson está radiante. Y es que para este californiano, la mayor satisfacción es tener delante un vehículo clásico como este destartalado
Su antigua propietaria Joan DeWitt había puesto a la venta en Internet el 356 de su esposo Henry, fallecido hace décadas, por un precio de 30.000 dólares. Seguía el consejo de un experto. «¡Experto!», exclama Nelson despectivamente. En cuanto vio el anunció llamó inmediatamente, habló con Joan y la informó sobre el valor real de la supuesta chatarra. Una primera inspección en San Diego confirmó su sospecha: se trataba de una rara pieza que superaba con creces el valor estimado. La honestidad de Nelson tuvo su precio. «Para financiar este hallazgo he tenido que vender algunos automóviles, entre ellos mi Chrysler New Yorker de 1949», dice mirando con cierta melancolía el espacio libre que el Chrysler ha dejado en el patio. Con este coche solía hacer de chófer a sus padres y parejas de novios de camino a sus bodas. Pero, aun así, este asistente de dirección de películas y series de televisión como Baywatch y CSI: Miami, considera que mereció la pena, pues con él ha hecho realidad un sueño que albergaba desde hace años. Según él el deportivo de Zuffenhausen es «el hallazgo de mi vida». Pero quiso ser justo: la vendedora está en una silla de ruedas y Nelson considera que tiene que recibir lo que le corresponde «para que pueda pagar los gastos sanitarios y disfrutar de una jubilación digna».
Ahora el
De pequeño lavaba el Roadster de su padre por 50 centavos. Con el dinero que sacaba se compraba ejemplares de Christophorus de los años cincuenta para contemplar fotos de bellos automóviles y países lejanos. «La revista despertó en mí el anhelo de viajar y ponerme tras la pista de los primeros 356». Con las fotos del calendario de Christophorus se hizo un enorme collage de 356, que en su día decoró su habitación y en la actualidad está colgado en el garaje junto con pósters antiguos de Grand Prix, fotos de sus padres en sus coches y una vitrina llena de copas que ganó su padre. En dos vitrinas giratorias adaptadas se amontona parafernalia de los coches de los cincuenta: llaveros poco frecuentes de
Nelson senior, un conocido director de cine y televisión (La ley del revólver, La ley de Gilligan, El abismo negro), participó en carreras de
Gary Nelson tiene hoy 82 años, pero su espíritu de aventura permanece intacto. En otoño de 2015 el padre Gary se desplazó con sus hijos Garrett y Blue a la planta central de
Blue Nelson empezó ya de adolescente, en los años ochenta, a rastrear, reparar y restaurar coches clásicos. Algunos se los quedaba y otros los vendía en muestras de automóviles o en subastas de California, donde no tardó en ganarse la fama de dar con «los coches más raros entre todos los coches raros». Su máxima especialidad: carrocerías de aluminio hechas a mano y basadas en los chasis Volkswagen. Marcas como Beutler, Dannenhauer, Drews, Enzmann, Hebmüller o Rometsch. Las almacenó hasta que aumentaron de valor, entonces vendió unas cuantas y pudo comprarse un 356. Cuando adquirió su primer
En sus viajes de exploración, este aventurero ha recorrido más de 110 países. Y todavía sigue recorriendo el mundo husmeando en mercadillos, atisbando detrás de verjas y setos, mirando en las entradas de garajes, rebuscando en cobertizos o merodeando en granjas y campos. Es una especie de arqueólogo, a menudo al servicio de coleccionistas famosos cuyos nombres mantiene en secreto, pues la notoriedad de sus clientes –procedentes del mundo de la música, el cine o la política– exige discreción por parte de este detective y restaurador de automóviles.
Nelson no es de los que recita de memoria los datos técnicos de sus coches. Prefiere contar historias. Y tiene una infinidad de ellas. Como la de su Beutler, que cambió a un conocido banquero de Manhattan por un Rometsch en 1997. Para llevar esta leyenda plateada al sur de California, Nelson no optó por enviarlo bien protegido en un vehículo de transporte, sino que él mismo lo condujo a lo largo de 8.000 km atravesando los Estados Unidos por carreteras de grava y autopistas a merced del polvo y la arena, el calor y la lluvia. Durante todo un mes durmió cada noche en una carpa colocada sobre el techo, una copia del original de los años cincuenta. La comida se la pescaba él mismo en los ríos.
«Paso de pie 18 horas al día seis días de la semana y de vez en cuando me voy de viaje en alguno de mis coches o motos», dice este coleccionista obsesionado con los detalles. Saca agua de la nevera Philco de los años cuarenta, que ha pintado con los restos de pintura azul paloma de la furgoneta Volkswagen que le sobraron. «Pero la cuestión es siempre la misma: conservar objetos históricos».
Nelson quiere dejar el 356 de Joan DeWitt más o menos como lo sacó del garaje. En algún momento hará una puesta a punto técnica: arreglará los frenos, la caja de cambios y el motor. ¿Pulir la carrocería o incluso restaurarla? De ningún modo. «En solo 50 minutos de lavado se echarian a perder 50 años de trabajo de la madre naturaleza». Por fuera va a dejar el automóvil con su aspecto «viejo y cansado», sin eliminar la suciedad, las manchas, la herrumbre ni el polvo y va a exhibirlo así en muestras de automóviles en medio de grandes dosis de pintura brillante y cromo pulido. Él sabe que a la gente también le gusta ver este tipo de ejemplares de
El primer destino que Nelson tiene previsto para el 356 en cuanto esté en condiciones de circular es San Diego. Henry DeWitt le había prometido a Joan una vuelta en el
Texto Helene Laube
Fotografía Linhbergh Nguyen