Memorias de África
Órices curiosos, guepardos hambrientos e interminables pistas de arena por desiertos lunares. Safari en Namibia. Paisajes impresionantes en medio de una naturaleza arrebatadora y diversidad de especies en su entorno natural. Un recorrido con el
De pronto aparece un antílope en el camino: un órice, el animal nacional de Namibia. Vuelve la cabeza, mira con curiosidad y finalmente desaparece tras una enorme formación rocosa. El sol crepuscular hace relucir la roca en un ocre dorado. El viento arremolina granos de arena. Un marco perfecto para Hans-Joachim Baumgartl. Así es como se había imaginado Namibia, país que ya había querido recorrer en moto hace 20 años. Pero, como ocurre tantas veces en la vida, el plan de este médico bávaro de Landsberg am Lech fue quedando relegado a un segundo plano tras otros asuntos más importantes: estudios, familia, trabajo… Ahora, por fin, está aquí convirtiendo su sueño en realidad, aunque ya no sobre dos ruedas, sino sobre cuatro, como participante en un viaje del
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«El contraste con mi rutina diaria no puede ser mayor», comenta. En Namibia recarga energía, desconecta del trabajo y se relaja contemplando el horizonte. En este viaje, Baumgartl valora muy positivamente la perfecta organización, el tamaño reducido del grupo, los selectos alojamientos y el confort de los todoterrenos. «Lo que más me impresiona es la amabilidad de la gente y este paisaje tan imponente», señala este médico de 54 años que ya sabe que este no va a ser su último viaje a África.
Namibia es dos veces más grande que Japón. Suiza cabe aquí 20 veces. Sobre una superficie de 824.000 km2, tan solo viven aquí 2,3 millones de personas pero, a cambio, hay más de 200 especies de mamíferos, unas 645 de aves, así como numerosas especies de reptiles y anfibios. Ni siquiera una quinta parte de la red de carreteras de Namibia está asfaltada. A tan solo unos pocos kilómetros de la capital Windhoek comienzan los caminos de gravilla, y con ellos la aventura. Entre arbustos aferrados al suelo brotan acacias solitarias y mopanes de un verde intenso. Por lo demás: arena, arena y más arena.
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Justo lo que estaba buscando Gudrun Schmer, de Wuppertal: vastas extensiones y animales salvajes en su entorno natural. Es la primera vez que ella y su marido viajan al sur de África y que participan en un viaje organizado. Hasta ahora siempre se habían diseñado los viajes ellos mismos.
«Esta vez queríamos un safari fotográfico organizado, con muchos animales y lo más cerca posible de la naturaleza», explica. La mejor posibilidad se la ofreció el Travel Club. Al fin y al cabo, conducen un
Etosha significa «gran lugar blanco». Esta sartén de sal ocupa una superficie de aproximadamente 4.800 km2, en los que viven más de 1.500 elefantes, 300 leones, 400 guepardos y 3.000 jirafas, así como algunos rinocerontes y leopardos. Suele estar seca, pero de vez en cuando se llena con las fuertes lluvias y entonces los animales acuden a alguna de las 60 lagunas que se forman. Alternativamente aparecen por ahí gacelas saltarinas, kudús, ñus, impalas y taurotragus.
Dos manadas de cebras deambulan por la carretera. Delante van las de estepa, detrás las de montaña. «Se diferencian por las rayas», se oye decir a Frik Orban por el radiotransmisor. Las cebras de estepa apenas tienen en las patas. Las rayas sirven para dificultar su reconocimiento a distancia cuando hace mucho calor.
Un par de kilómetros más allá, un guepardo acaba de cazar una gacela saltarina. Los cachorros la devoran mientras la madre se encarga de vigilar. El ciclo de la vida, nacimiento y muerte, está aquí presente sin tapujos. Unas dos docenas de buitres esperan en el aire a poder comerse los restos. Gudrun Schmer observa la escena fascinada. Los dos tienen ya decidido que van volver a viajar con el
Texto Fabian Hoberg
Fotografía Andreas Lindlahr
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