Los tesoros olvidados de La Habana
En busca de joyas ocultas de
La Habana, 1962. Prólogo. La armada
2016. El aislamiento de Cuba es pasado, la congelación de las relaciones políticas casi ha terminado. No obstante, La Habana, la capital, sigue pareciendo un anacronismo. Aquí, desesperación y esperanza se dan la mano. La búsqueda de los tesoros de
El supuesto Club
Una primera pista nos lleva a un vistoso portón. En algún lugar al otro lado se esconden los históricos modelos
Al día siguiente ésta adquiere formas concretas. Las que ofrecen Maxy Ramos y su Plymouth Cranbrook de 1952. Maxy nos cuenta que en realidad él es veterinario. Pero no trabaja como tal, y lo único que tiene es el Plymouth de su abuelo. El automóvil, con el banco posterior tapizado en piel, es su vida, con él gana los pesos necesarios para vivir y mantener a su mujer y a su hijo de siete meses. La vieja limusina goza de toda la atención de Maxy.
Esquiva cuidadosamente todos los baches de las deterioradas calzadas de la ciudad, pide que cerremos las puertas con cuidado y maldice con palabras irrepetibles la humedad salina que levantan las olas del Atlántico, que rompen en el Malecón y corroen la chapa de su taxi. Todas las mañanas se presenta con su automóvil completamente lustroso frente al hotel. Maxy es el navegador humano que nos ayudará a encontrar esa pasión por el automóvil que también se vive y se comparte en Cuba: un grupo de personas que aman a
Y vuelve a ser Orlando Morales, con su cara de póker, quien finalmente, ayudado por Manuel García Fernández y Alberto Gutiérrez Alonso, nos da la pista hacia los últimos modelos
En su pequeño piso situado en la Plaza de la Revolución despliega una selección en blanco y negro de
En otra imagen Carroll Shelby, creador del AC Cobra, está agazapado tras el volante de un
1958. Es ese momento de la historia de Cuba en la que el Presidente Fulgencio Batista quiere convertir el país en un El Dorado caribeño para la jet set de todo el mundo. La Habana debe transformarse en una segunda Las Vegas. Y para atraer a los ricos y famosos se necesitan atracciones. Así, Batista se encarga de que el automovilismo internacional se encamine hacia la capital cubana. Mientras la alta sociedad se pasea por La Habana en limusinas americanas, en las montañas de los alrededores se cuece la revolución. Los revolucionarios barbudos entorno a Fidel Castro y Che Guevara solo están esperando poder derrocar el régimen de Batista. Los rebeldes aprovechan el Gran Premio de Cuba de 1958 para secuestrar al campeón del mundo y piloto de Maserati Juan Manuel Fangio, manteniéndolo en cautiverio durante casi 30 horas.
Fangio no pude competir, pero conserva la vida. Con esta acción los revolucionarios le dan una lección a Batista y muestran al mundo su existencia. Cuatro años más tarde –Castro ya lleva tiempo en el poder– la ciudad del Malecón vivirá su última carrera internacional. El 24 de junio de 1962 vuelven a sonar los rugidos de los motores. Frente a la competencia de Italia y Norteamérica, los en comparación modestos
Junto a los modelos 356, unos pocos 718 RSK y 550 Spyder van a parar a la isla más grande de las Antillas. Sin embargo, Orlando nunca tendrá registrados en Cuba más de 30
2016. Estamos en el presente de
A pesar de la nueva política de apertura siguen evitándose públicamente los objetos de lujo, tanto supuestos como verdaderos. El encanto mórbido de una riqueza pasada sigue determinando por el momento la imagen del país. La sustancia de la ciudad se desmorona, lenta pero continuamente, a la vista de la población. Un paseo por la antigua y magnífica Habana lo pone rápidamente de manifiesto. Cuando entras en una biblioteca histórica o un bar repleto de gente, detrás de la siguiente puerta se abre un gran agujero que conduce a un montón de escombros que van a dar a la calle. Queda al descubierto el esqueleto de un edificio, sus escaleras intactas nos permiten imaginar por dónde corrió aquí la vida. El peatón se hace a un lado y sigue su camino. La Habana sigue girando, y sin embargo está parada.
Orlando Morales nos confiesa que durante su época activa como piloto de carreras tuvo una vez el privilegio de conducir un
Aunque Orlando no pudo clasificarse entonces para la competición oficial, la euforia de entonces se deja sentir aún medio siglo más tarde: «Nunca olvidaré ese día». Parece emocionado, ha recuperado su energía, el anciano custodio de la movilidad quiere ayudarnos a encontrar los
Los pocos petrolheads de Cuba tienen buenos contactos, y en cuanto nos hemos ganado la confianza de Orlando se nos hace fácil acceder a Manuel García Fernández y Alberto Gutiérrez Alonso, presidente del Club de Autos Clásicos y Antiguos. Primero solo intercambiamos números de teléfono y tarjetas de visita. Y luego, de nuevo: a esperar. La red trabaja.
Al día siguiente Manuel García nos comunica el punto de encuentro: la antigua villa Castrol. ¡Por fin se mueve algo! El Plymouth de Maxy se pone en marcha. Nos protegemos con gafas de sol y escuchamos en la radio la canción de la isla: Guantanamera. «Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma, y antes de morirme quiero echar mis versos del alma». Las líneas escritas originariamente por el héroe nacional de Cuba, José Martí, describen el sentimiento cubano, una impenetrable mezcla de morbidez y ganas de vivir.
Pasamos por delante del legendario Hotel Nacional, un antiguo palacio sobre el mar. Y como siempre, la marea levanta gigantescas olas que rompen en el Malecón. Aquí, los clichés son cotidianidad.
Manuel y Alberto se nos adelantan en dirección a Miramar y Punta Brava. El reproductor de MP4 llena el taxi con Riders on the Storm de los Doors: «Into this world we’re thrown, like a dog without a bone».
Dejamos atrás los portentos arquitectónicos, entre grandiosos y grotescos, de los años cincuenta. Más adelante pasamos ante un parque de atracciones fuera de servicio desde hace años. Tras incontables millas de asombro en asombro, una imagen conocida: un portón de acero cerrado. Como protección ante los curiosos hay pedazos de cristal incrustados sobre los muros de piedra. Y de nuevo, la solución reza: ¡esperar! Si hay algo seguro en Cuba, es que ante todo se necesita paciencia.
Finalmente se abre el portalón. El camino conduce a través de un jardín abandonado hacia un
Los huecos que quedan en el lugar que ocuparían las luces traseras son claramente más grandes que los originales. Su propietario, que ahora vive en Florida, montó en su lugar, posiblemente por necesidad, los bloques de luces traseras de un Lada ruso. Alberto tiene prisa. ¡El siguiente
¿Cómo? ¿Ya? ¿En cuatro días no hemos encontrado ni un único deportivo de Stuttgart y ahora, en un margen de 30 minutos, tenemos dos en oferta? Alberto está impaciente. Continuamos. Manuel se despide de nosotros y Alberto se sube al Plymouth. Otra excursión por el país. De nuevo un portón de hierro. «Cuidado con el perro», se lee en un letrero corroído por la intemperie. Aquí ya no muerde nadie. A lo lejos, medio escondida tras unas palmeras, alcanzamos a distinguir la silueta plateada de un
Alberto se acerca a la verja, coge al paso un aguacate del árbol e intercambia algunas frases rápidas con el jardinero, que acaba de surgir de entre la maleza. Un diálogo breve y, acto seguido, la corta indicación de Alberto, que más bien parece una orden militar: «¡Cinco minutos! No más».
El portón se abre, lo cruzamos y caminamos por un serpenteante sendero por la propiedad de un antiguo «mecenas de la revolución», como lo llama Alberto. Quedan tres minutos. El automóvil es un
Queda un minuto. Un vistazo por la puerta abierta a un interior sorprendentemente moderno. Los asientos Recaro no tendrán más de 20 años. Pero antes de poder hacer la primera pregunta, se nos ha acabado el tiempo. ¿Quién es el propietario de esta alhaja? Ninguna respuesta. «Quizás la próxima vez», dice Alberto, «hoy no, aquí no». Un espíritu con afinidad por
De regreso a la ciudad suena el móvil. Es Ernesto Rodríguez, cofundador del antiguo Club
No puede haber dos 356 más distintos que este dúo. Uno beige, un modelo impecable, fabricado en 1957. Limpio y cuidado como un traje de domingo. Su contraparte parece un puzle, un mosaico de distintos tonos azules. Fue fabricado en 1953, con la característica doblez central del parabrisas, y claramente marcado por el paso del tiempo.
Mientras que el
Y con la misma rapidez con la que han aparecido, desaparecen de nuevo los dos
Epílogo. Orlando, el archivero, tiene registrados en su lista 30 vehículos
Texto Bastian Fuhrmann
Fotografía Anatol Kotte