Herbert von Karajan
Vuelve uno de los
Por primera vez desde hace 40 años regresa al aparcamiento del hotel Friesacher, en la localidad austriaca de Anif, acomodándose en el mismo lugar en el que Herbert von Karajan solía estacionarlo antaño cuando, en el camino de vuelta a casa tras los ensayos, se detenía en su local favorito para regalarse una ración de terrina de ternera. La llegada del
A Strehle nunca se le hubiera ocurrido que iba a ver de nuevo el
A Herbert von Karajan le rodeaba siempre un hálito sobrenatural. Un hombre de pequeña estatura con el aura de un gigante que mientras dirigía, para concentrarse, cerraba sus intensos ojos azules porque conocía de memoria todas las partituras de su inmenso repertorio. Fue músico, director artístico, productor, director, constructor y un visionario del marketing. Un hombre del Renacimiento, un genio admirado pero también temido. Estaba pendiente de todos y cada uno de los detalles con una energía inagotable, lo que en ocasiones daba lugar a extrañas puestas en escena de su orquesta. Strehle recuerda grabaciones cinematográficas con la Filarmónica de Berlín en las que se ponía la música en playback para que los músicos pudieran concentrarse en mantener los instrumentos y los arcos perfectamente paralelos. Son legendarias las numerosas repeticiones de las grabaciones hasta que el jefe estaba satisfecho con el resultado.
Un catálogo de deseos especiales
El maestro de los Nibelungos elegía la configuración de sus vehículos con la misma autoridad meticulosa con la que hacía realidad sus fantasías musicales. Cuando en 1974 encargó una remodelación de su nuevo modelo 930 en el departamento de requerimientos especiales de
Karajan, un precursor toda la vida, grabó tantos discos con la Filarmónica de Berlín que en los años setenta comenzó a soñar sin ningún ápice de modestia en la inmortalidad de su obra. «Para él siempre había una dirección única: adelante», recuerda Strehle. «No descansaba nunca, nunca dejó de aprender y evolucionar también en los negocios, y con él también lo hacíamos nosotros». Esta marcada ambición por avanzar encontró su expresión, como es sabido, no solo en los escenarios sino también en el tiempo libre. Sentía debilidad por la marca de Zuffenhausen. A lo largo de los años condujo un
Strehle se acomoda en uno de los estrechos asientos de cuero, que dan fe de la figura y los 173 cm de Karajan. Arranca el motor con cuidado y escucha reverentemente. Detrás, el turbo carraspea primero para a continuación entonar, con un potente barítono, un vibrato que nos recorre toda la columna vertebral. Strehle conduce poco a poco el
Como para consolarlo, Strehle dirige el deportivo allá donde se movía a sus anchas: las carreteras de montaña de los Alpes. La ruta panorámica que conduce a la estación de Rossfeld era el trayecto favorito de Karajan. El disciplinado maestro solía levantarse a las seis para estudiar las partituras y hacer yoga, pero algunas veces también para subir a las montañas con los primeros rayos de sol. En los casi 16 kilómetros panorámicos de la carretera circular llega el momento de poner el
Impulsor inolvidable
¿Qué ha quedado de Herbert von Karajan, el hombre que marcó la sensibilidad musical de toda una generación de músicos y amantes de la música? Wilfried Strehle escucha a veces antiguas grabaciones, por ejemplo la adaptación de 1972 de La Bohème de Puccini: «Sigue percibiéndose esa increíble pasión, esa fuerza motora que quizás –en un sentido figurado– explica su fascinación por
Texto Lena Siep
Fotografía Patrick Gosling, Siegfried Lauterwasser/Karajan-Archiv