La máquina del tiempo
Vietnam, guitarras, amor y cáncer: una insólita y triste historia llegada de Estados Unidos a bordo de un
En la fría inmensidad del océano, en algún remoto lugar entre los continentes, flota un puntito verde. Se trata de un coche antiguo, de los años 70, que viaja dentro de un contenedor rectangular sobre la cubierta de un carguero que surca el océano en plena noche. Es un clásico, un
Ese es su destino. Pero en ese momento, mientras el puntito verde aún está atravesando el océano, yo aún no lo sé. No sé que un
Y, cuando el automóvil ya está abajo, en mi garaje, arriba en el salón yo veo en Youtube a un hombre que se está muriendo. Un hombre de casi 70 años, cantando las que serán sus últimas canciones, punteando las cuerdas de su guitarra casi por última vez. Y ¿qué mejor canción cuando ya acecha la pálida dama que It’s All Over Now, Baby Blue de Bob Dylan? Se le ve tan frágil y delicado, muy débil ya, y sin embargo está lleno de melodías y una vibrante melancolía. Es un guitarrista de Berkeley, California, y lleva ya un par de semanas muerto cuando yo veo sus últimas imágenes en Youtube. Pero eso tampoco lo sé en ese momento. Al final, su vida, o mejor dicho, su coche, como si de una máquina del tiempo se tratara, me explicará varias décadas de la historia estadounidense.
Se llama Dale Miller. He encontrado su nombre en los papeles antiguos del
Y más unos caprichos de ese color verde.
Pero ¿cómo podría haber sabido yo todo eso la primera vez que vi el deportivo verde en aquel negocio de venta de coches clásicos de Baviera, en algún lugar entre Múnich y Augsburgo? ¿Cómo podría haberlo sabido nadie? Ni siquiera Matthias Pinske, el prudente pero afable vendedor de coches que lo había traído de Estados Unidos. Tampoco él conocía la historia del automóvil. Sin embargo, su olfato le decía que un
Meses después, cuando ya hacía un tiempo que Dale había muerto, Terry, su mujer, relataría el viaje que hicieron al desierto mexicano, a los cañones y los páramos de arena, con Dale al volante del
Aquella noche en que vi a Dale Miller cantar las que serían sus últimas canciones en un vídeo de Youtube, con sus dedos acariciando con delicadeza las cuerdas de la guitarra, de pronto entendí por qué el
Quería llevar en la guantera del
Dale quería vivir, pero se fue muy rápido. Cinco meses después de que le fuera diagnosticado el cáncer, el blog se detiene, su vida se detiene. Después ya sólo encontré un obituario inteligente y cariñoso escrito por otro guitarrista, un músico llamado Teja Gerken. En las últimas líneas menciona el
Una tarde de principios de otoño introduzco un CD en el equipo del
«Las últimas semanas continuó yendo a la clínica en el
El correo que le envié a Terry Helbush desde Múnich la noche después del homenaje, después del paseo en coche, me salió algo sentimental. Terry lo leyó en la sala de espera del médico y no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas. Aún así me respondió, me dijo que tenía que ir pronto a Berkeley, que quería contar la historia de Dale. Y la suya.
Nueve meses después de la muerte de Dale aterricé en un avión de Lufthansa en San Francisco. Alquilé un coche en el aeropuerto, un BMW blanco flamante, pero de la vieja escuela. En la autopista me adelantaron dos sedanes marca Tesla, puramente eléctricos, puramente americanos. Dos juguetes para la carretera. Allí sigue siendo importante el toque lúdico, esa es la razón por la que
«Dale odiaba Washington», me confesó. Sus padres, miembros de una familia de rancio abolengo de Texas, habían emigrado de jóvenes a la capital para trabajar para el demócrata Lyndon B. Johnson. Existen imágenes donde se ve a Dale de niño en Washington junto a Johnson. El político tiene una mirada amable, Dale lleva un sombrero de vaquero y una pistola en la mano. Los padres de Dale eran lobbistas en Washington y más adelante, en la Casa Blanca, hicieron campaña a favor de la guerra de Vietnam. Enviaron a Dale a una escuela militar, su futuro estaba decidido. Sin embargo, quiso el destino que el azar se cruzara en su camino en forma de un suceso fortuito que terminó haciendo de él un beatnik con melena en lugar de un veterano de Vietnam anegado por las pesadillas de la selva. Una llamada a un servicio de pizzas a domicilio hecha desde el cuartel junto a un par de amigos –algo estrictamente prohibido– se saldó con su degradación y la consecuente prohibición de luchar por su país.
A John Maloney, en cambio, no hubo llamada que lo librara de su destino. Hoy sigue allí, en su taller de Lafayette, a unas 15 millas al este del jardín de Terry Helbush en Berkeley. El taller se llama Valhalla porque en él se reparan
Dale Miller nunca llegó a saber que Maloney, el veterano de Vietnam, había reparado su
«Entonces las cosas no eran como ahora», explica Terry Helbush. Entonces aún no tenía un jardín, ni una casa en Berkeley, ni un
Los años 60 y 70 fueron eternos, pero en 1998, cuando Dale adquirió el deportivo verde, definitivamente habían llegado a su fin. También para Terry. Seguía trabajando obteniendo permisos de residencia para Estados Unidos, pero ahora eran otra clase de personas a las que allanaba el camino. Y recibía buenos honorarios por ello. Ahora trabajaba para Silicon Valley consiguiendo la ciudadanía a programadores indios. Y cuando iba al Valley, solía hacerlo en el
Dale también había comprendido que había llegado un tiempo nuevo y ahora llevaba el
En esa pequeña ciudad universitaria cada viernes por la noche él y su mujer iban a cenar a «Chez Panisse». Lo hacían a pie, dejando el
Ahora, sentada junto a una mesita con la espalda erguida, recuerda cómo pasaron los últimos años, esos años en los que ella aún trabajaba en el centro de San Francisco. En algunas ocasiones, cuando iba en
Al otro lado del puente, en el condado de Marín, una zona habitada por gente con un patrimonio casi incalculable y donde también continúan viviendo muchos hippies, en el patio interior de un pequeño café está sentado, bajo un árbol, Teja Gerken. Me cuenta que esa noche se va a subir a un escenario cercano con su guitarra para dar un concierto benéfico. Gerken es una buena persona, es el autor del obituario de Dale Miller y quien organizó el concierto homenaje. También habló en el funeral celebrado en Berkeley. A Gerken, nacido en 1970 en la ciudad alemana de Essen, no le quedó más remedio que acabar en California. Aunque probablemente nunca hubiera imaginado que se haría amigo de un tipo con un
El padre de Gerken, un psicoanalista, siempre quiso irse de Alemania. En los años 70 ya estuvo viviendo con su hijo en alguna que otra comuna de Estados Unidos. Cuando a mediados de los 80 explotó Chernóbil, se mudó a California, a Mendocino, con Teja. En algún momento, en San Francisco, Dale se cruzaría en el camino del hijo. «Cuando le conocí, pensé: ¡guau! La mayoría de los guitarristas de blues no tienen un
En mi último día en Berkeley Terry me preguntó si me gustaría ayudarla a ordenar el trastero. Podía ser interesante. Allí, entre los bajos muros de los cimientos de la gran casa, estaba la historia de Dale, muchos discos en sus fundas originales, montañas de CD, instrucciones para reparar el
De vuelta a Múnich, por la noche bajo al garaje. Plantado frente al
La primera vez que tuve el deportivo verde de Dale Miller ante mis ojos, en un pueblo de Baviera, no tenía ni la más remota idea de a quién había pertenecido ni de dónde venía. Pero sabía que no me gustaba el volante. No era el original y, además, era muy pequeño. Dale lo había hecho instalar porque era fácil de agarrar, algo que él valoraba. Yo, sin embargo, le pedí a Matthias Pinske, el vendedor de coches clásicos, que lo cambiara por uno original. Dicho y hecho: Pinske vendió el volante de Dale Miller a otro cliente. El volante de un guitarrista de California, un fingerpicker. Pinske no recuerda a quién.
Así que algún desconocido viaja hoy por Alemania a bordo de otro
Reproducción del texto publicado en la revista del Süddeutsche Zeitung, 2014
Texto Jochen Arntz
Fotografía Fritz Beck