Porsche - El Cayenne descubre el Cáucaso

El Cayenne descubre el Cáucaso

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La soledad de las montañas forma un telón árido y grandioso para el Cayenne, un SUV de alta tecnología

Desde Turquía hasta Azerbaiyán pasando por Georgia: una prueba de resistencia para el nuevo Cayenne S.

El guardia fronterizo georgiano examina nuestra documentación. Mientras teclea algo en su ordenador, se revuelve en su silla. Su mirada va y viene entre la pantalla y nuestro automóvil. Parece que algo no cuadra. Nos obliga a bajarnos, acercarnos a su garita y entregarle nuestros pasaportes. Al hacerlo, miramos de reojo su pantalla. En ella se ve una lista de modelos de automóvil que es obligatorio registrar al entrar en el país: Porsche 964 Turbo, Porsche Boxster… el tercero no llegamos a verlo.

La cosa es que ahora viajamos con un nuevo Cayenne. Y según la lista del agente, este coche no existe. Evidentemente sorprendido, cruza unas palabras con una colega. Luego asiente satisfecho y selecciona sin más el Boxster en su ordenador.

Esa misma mañana, hemos salido de la ciudad turca de Trebisonda. 50 kilómetros al sur de esta localidad está el monasterio de Sumela, impresionante vestigio de su floreciente época medieval. A medida que nos acercamos a él, la carretera y el valle se estrechan, y se ven cada vez menos casas. A continuación entramos en una sinuosa carretera de montaña. En las cerradas curvas, el Cayenne S demuestra su talento deportivo mientras por las ventanillas vemos pasar, casi volando, los altos peñascos cubiertos de pinos. De repente, como si alguien hubiese excavado balcones en el granito, surge ante nosotros la fachada del monasterio. El último trecho hasta allí es una larga escalera que hay que subir a pie.

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Como un monumento clavado en la roca: el monasterio de Sumela en el parque nacional de Altindere, Turquía

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También en Batumi, la salida del sol sobre el mar Negro proyecta alargadas sombras

El edificio, sobrecogedor por fuera, transmite tranquilidad cuando uno accede a su patio interior. En momentos de silencio, se pueden oír las gotas de agua cayendo desde las rocas en un depósito que fue expresamente construido para ese fin en tiempos inmemoriales. A ambos lados de la escalera hay edificios con rótulos que indican su función: cocina, horno de pan, biblioteca… Por lo visto, ya en la Edad Media se mostraba a los monjes cómo llegar hasta el pan o hasta los libros. Debemos estar enormemente agradecidos a los sultanes otomanos por haber puesto este monasterio bajo su protección. Gracias a ellos, en Sumela pudieron vivir y trabajar durante siglos monjes ortodoxos griegos. Testigos de estas épocas pasadas son los maravillosos frescos pintados en las paredes interiores y exteriores de la iglesia, tallada en la roca. Impresionados por su riqueza de colores, nos ponemos en marcha rumbo a Georgia.

Al caer la tarde, apenas cruzada la frontera, tras la primera curva, un grupo de vacas nos obliga a frenar en seco. Indiferentes al Cayenne, bloquean la carretera sin mostrar ninguna prisa por cambiar la situación. Hay vacas por todas partes, y nos topamos con ellas a cada paso: en las cunetas, en las laderas de roca… incluso ocultas en la maleza como si esperaran agazapadas su presa. El pasto es el único lugar donde no las vemos. El asfalto parece atraerlas especialmente. Si uno conduce demasiado rápido y sin prestar atención, seguro que acaba chocando con alguna. Tras abrirnos camino a través del rebaño, seguimos conduciendo con mucho cuidado hacia la ciudad turística de Batumi. Llegamos allí a altas horas de la noche.

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Monumentos de la Edad del Hierro en Batumi: la Alphabet Tower y una noria

A la mañana siguiente salimos para Tiflis mientras, a la luz del amanecer, Georgia se muestra en todo su esplendor. Desde Batumi, en la región autónoma de Ayaria, nuestro camino conduce primero hacia el Norte, en dirección a Kutaisi, y luego hacia el Este. Para poner a prueba el nuevo Cayenne S, optamos por tomar un atajo. Conviene saber que, en un mapa de carreteras georgiano, una gruesa línea roja solamente indica la presencia de una vía. Sin embargo, no permite deducir si la vía está asfaltada, qué anchura tiene o en cuántos carriles se divide. Sólo una cosa estamos seguros de encontrar: vacas.

Cuanto más nos adentramos en el país, peores son las carreteras. Primero están bien asfaltadas. Luego nos tropezamos con un socavón aquí, otro allá… y de repente nos encontramos sobre una pista de grava llena de baches que al poco rato serpentea cuesta arriba a través de la cordillera Meskheti. Sus suaves pendientes boscosas despliegan toda su riqueza cromática bajo el sol del mediodía. Es un panorama de ensueño... y un magnífico comienzo. Sobre la áspera pista, el Cayenne se encuentra como pez en el agua, y nosotros le dejamos correr libremente. Ni los baches más profundos ni las curvas más cerradas pueden hacer mella en él. Ni siquiera una zanja que debemos superar cuando un camión cargado de heno bloquea el camino. Dejamos atrás el balneario de Borjomi, famoso por sus aguas medicinales, y por fin llegamos a Tiflis.

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En ruta por Georgia, en algunos pueblos de montaña parece que se haya parado el tiempo

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Vacas y caballos son los acompañantes permanentes en Georgia

Al día siguiente ascendemos a las grandes alturas del Cáucaso. Al norte de Tiflis comienza la carretera nacional S-3, más conocida como Camino Militar Georgiano debido a que Rusia la construyó en el siglo XIX para afianzar su poder en la recién conquistada región del Cáucaso. A pesar de los continuos trabajos de reparación de la S-3, el tiempo parece haberse detenido en algunos tramos donde abundan los agujeros en el pavimento y el suelo de grava. Sin embargo, el paisaje nos compensa con creces. Por ejemplo el embalse de Zhinvali, que con sus aguas azul turquesa dominadas por la fortaleza de Ananuri parece sacado de un cuento.

Atravesamos el pintoresco valle del Aragvi, rodeado de montañas cada vez más altas. En dirección a la vertiente oriental del valle, la carretera conduce a una imponente cumbre donde está la estación de esquí de Gudauri. A continuación se halla el ancho y árido valle del Térek, donde un manantial de aguas minerales con alto contenido de hierro tiñe las rocas de un rojo amarillento. Luego llegamos a Stepantsminda (antes Kazbegi)… y nos quedamos sin habla.

Peter Jackson habría podido rodar aquí El Señor de los Anillos. Este lugar fascinante está situado entre escarpadas hileras montañosas que se parecen mucho a las Montañas Nubladas de la trilogía cinematográfica. Dominando el conjunto, se eleva la inmensa cumbre nevada del volcán apagado de Kazbek, y agazapada sobre una colina está la iglesia de la Santísima Trinidad. El trayecto hasta ella resulta ser uno de los puntos culminantes del viaje: un auténtico recorrido campo a través sobre una pista estrecha y fangosa con profundos surcos. Los excursionistas tardan tres horas largas en recorrerla. Nosotros, con nuestro Cayenne, lo hacemos en menos de 30 minutos.

Otros 700 kilómetros hasta Bakú. Desde el Camino Militar, tomamos una desviación hacia el Este. En el accidentado puerto de montaña, incontables camiones levantan tras de sí nubes de polvo que casi no nos dejan ver. Tras cruzar el puerto, el polvo se disipa y, desde la empinada carretera, miramos hacia abajo y vemos la extensa llanura de la región de Kajetia. El frío del Cáucaso da paso a un calor casi abrasador. Este es un clima perfecto para la uva, y los viñedos se suceden uno tras otro. No en vano los vinos de esta región tienen fama mundial. Al poco rato llegamos a la frontera con Azerbaiyán. Nos miramos asombrados al descubrir por encima de la carretera una señal que dice «Buena suerte». Como en una película de espías o una novela de John le Carré, debemos bajarnos y cruzar a pie el puente hasta el otro lado de la frontera. Después de más de una hora de trámites, estamos en Azerbaiyán. Una majestuosa bandera ondeada por el viento del sur nos da la bienvenida.

Aunque el país tiene algunas similitudes con Georgia, parece estar algo mejor económicamente. Lentos pero seguros, nos aproximamos a Bakú mientras la oscuridad cubre el país con un manto impenetrable. Ya es noche cerrada cuando nuestro Cayenne se suma al denso tráfico de las calles de la capital. Después de cuatro días y 1.500 kilómetros, hemos llegado a nuestro destino. Un pequeño trecho hasta el hotel y tanto el automóvil como sus ocupantes pueden dar por superada esta prueba de resistencia.

Texto Mikołaj Kirschke
Fotografía Gary Parravani, Jonathan Hatfield